Recordamos a los seis millones de niños, mujeres y hombres judíos, así como romaníes y sintis, a las personas con discapacidad y al sinnúmero de otras personas que perecieron.
Pensamos en los millones de vidas truncadas, los millones de futuros arrebatados.
Al conmemorar con pesar la pérdida de tantos y tanto, reconocemos también que el Holocausto no fue inevitable. Ningún genocidio lo es.
El Holocausto fue la culminación de milenos de odio antisemita.
Los nazis pudieron pasar, con crueldad premeditada, de la discriminación de los judíos de Europa a su aniquilación solo porque muy pocas personas se les opusieron y demasiadas se mantuvieron indiferentes.
Fue el silencio ensordecedor, tanto en su país como en el resto del mundo, lo que los envalentonó.
Hubo indicios claros desde el principio.
Discurso de odio y desinformación.
Desprecio por los derechos humanos y el estado de derecho.
Glorificación de la violencia y teorías apócrifas de supremacía racial.
Desdén por la democracia y la diversidad.
Al recordar el Holocausto, reconocemos los peligros que corren la libertad, la dignidad y la humanidad, incluso en este momento de la historia.
Hoy día, que están aumentando el descontento económico y la inestabilidad política, se intensifican los actos de terrorismo de los grupos supremacistas blancos y avanzan a pasos agigantados el odio y el fanatismo religioso, debemos alzar la voz cuanto más podamos.
Tenemos la obligación de nunca olvidar ni permitir que otros olviden, tergiversen ni nieguen el Holocausto.
Hoy y todos los días, propongámonos no callar nunca más ante el mal y defender siempre la dignidad y los derechos de todas las personas.
Muchas gracias.