Hoy hacemos una pausa para llorar a los seis millones de niños, mujeres y hombres judíos asesinados sistemáticamente por los nazis y sus colaboradores, y nos afligimos por los romaníes y sintis, las personas con discapacidad y tantos otros que fueron perseguidos y asesinados en el Holocausto.
Honramos su memoria.
Estamos con los supervivientes, su familia y sus descendientes.
Nos comprometemos a no olvidar nunca, ni dejar que otros olviden, la verdad de lo que ocurrió.
Y reconocemos la horrible resonancia que tiene este día de conmemoración en nuestra propia época.
El odio antisemita que hizo posible el Holocausto no empezó con los nazis, ni terminó con su derrota.
Hoy somos testigos de cómo el odio se disemina a una velocidad alarmante.
En Internet, ha pasado de ser marginal a dominar el discurso.
Pero precisamente hoy debemos recordar:
Que esa demonización del otro y ese desprecio por la diversidad representan un peligro para todos.
Que ninguna sociedad es inmune a la intolerancia, ni a cosas peores.
Y que el fanatismo contra un grupo es fanatismo contra todos.
Como dijo en su día, de manera memorable, el ex Gran Rabino del Reino Unido, Jonathan Sacks: “el odio que comienza con los judíos nunca termina con los judíos”.
Por ello, hoy —especialmente tras los aborrecibles ataques terroristas perpetrados por Hamás el 7 de octubre— debemos tomar la decisión de combatir las fuerzas del odio y la división.
Debemos condenar inequívocamente el antisemitismo cuando y donde sea, del mismo modo que debemos condenar todas las formas de racismo, prejuicio y fanatismo religioso, incluido el odio antimusulmán y la violencia contra las comunidades cristianas minoritarias.
Nunca debemos guardar silencio ante la discriminación ni tolerar la intolerancia.
Defendamos los derechos humanos y la dignidad de todos.
No perdamos nunca de vista la humanidad de los demás y no bajemos nunca la guardia.
A todos los que sufren prejuicios y persecuciones, digámosles claramente: no están solos.
Las Naciones Unidas están con ustedes.