Cuidar a la Madre Tierra: colaboración y acción para un futuro sostenible
Una conversación con Rodrigo Roubach, Representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Bolivia.
En un mundo cada vez más afectado por el cambio climático, el cuidado de la Madre Tierra se ha convertido en una necesidad prioritaria. La preservación de los recursos naturales, la biodiversidad y la mitigación de los impactos negativos sobre el medio ambiente son fundamentales para garantizar un futuro sostenible para las próximas generaciones. La Madre Tierra provee de alimentos, agua, aire limpio y recursos naturales esenciales para nuestra supervivencia, por lo que es vital adoptar acciones concretas para protegerla.
En el marco del Día Mundial de la Madre Tierra, Rodrigo Roubach, Representante de la FAO en Bolivia, comparte su visión sobre la importancia de la implementación de acciones concretas para abordar los desafíos ambientales y se adentra en la búsqueda de soluciones para fortalecer la resiliencia de las comunidades bolivianas frente a adversidades ambientales y cómo así contribuir al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
¿Qué medidas pueden tomar las comunidades bolivianas para fortalecer su resiliencia frente a los desafíos ambientales, como sequías, inundaciones y cambios climáticos extremos?
El país tiene 2.5 millones de personas ligadas a unidades productivas agrícolas. En ese contexto, fortalecer la resiliencia de los sistemas agroalimentarios y los medios de vida son de carácter estratégico para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), sin dejar a nadie atrás.
La mayor parte de nuestras comunidades indígenas y campesinas dependen de la agricultura, de la ganadería o la pesca, del aprovechamiento integral de productos forestales no maderables como la castaña y el asaí, el manejo de agrobiodiversidad y la biodiversidad misma, generando el 80% de nuestros alimentos, que están en riesgo extremo por los desastres naturales que destruyen o dañan cosechas, equipos, suministros, semillas, productos agrícolas y alimentos almacenados.
Los desastres y las crisis no sólo tienen efectos inmediatos y de corto plazo, sino que también perjudican los medios de vida y los avances hacia el logro de los ODS. A medida que aumentan la magnitud, frecuencia e impacto de los desastres debidos al cambio climático, cada vez más comunidades son menos capaces de asimilar, recuperarse y adaptarse, volviéndose más vulnerables a futuros impactos.
En ese contexto, es fundamental la diversificación de los medios de vida y la promoción de prácticas agrícolas sostenibles, es decir, promover técnicas en sistemas productivos que contribuyan a la conservación, restauración y manejo del suelo, agua, bosques y biodiversidad, el manejo de cultivos resistentes a la sequía y la implementación de sistemas de riego eficientes. La gestión del agua a nivel comunitario a través de, por ejemplo, sistemas de cosecha de agua de lluvia o la utilización de tecnología como el hidrogel para mitigar los efectos de la sequía, así como la implementación de mallas antigranizo, mantas térmicas, entre otras tecnologías, contribuyen a la generación de resiliencia.
Hay mucho que trabajar en ese sentido y también en la conservación de los ecosistemas naturales, como bosques, humedales y cuencas hidrográficas, que proporcionan servicios ecosistémicos clave para la mitigación y adaptación del cambio climático, pero también de los riesgos agropecuarios y forestales.
Tan importante como todo esto que acabo de mencionar es el fortalecimiento de la capacidad de respuesta temprana, estableciendo planes de emergencia comunitarios y fortaleciendo las capacidades para la gestión de desastres.
Desde hace más de una década, FAO Bolivia viene trabajando con mucha fuerza en el impulso de la Gestión del Riesgo como política de los diferentes niveles del Estado. Pero necesitamos mayores esfuerzos, la definición de políticas y la asignación de mayores presupuestos para enfrentar esta situación, mejorar la producción de alimentos y garantizar que todos tengan acceso a alimentos nutritivos, protegiendo al mismo tiempo los recursos naturales y reduciendo las desigualdades, la pobreza y el hambre.
¿Cómo se puede promover la seguridad alimentaria en un contexto de cambio climático, y cómo pueden las comunidades participar en la producción de alimentos sostenibles y la conservación de la biodiversidad agrícola?
Este es uno de los grandes desafíos que tiene el país, la región y el mundo. Promover la seguridad alimentaria en un contexto de cambio climático implica adoptar prácticas agrícolas sostenibles y resilientes a partir del fomento de la participación activa de las comunidades en la conservación y adaptación de prácticas productivas relacionadas al manejo del patrimonio natural y alimentario agrobiodiverso.
Como se puede ver, esto tiene estrecha relación con la resiliencia, porque en un mundo en que una de cada nueve personas no obtiene suficiente alimento como para llevar una vida activa y saludable, nuestra capacidad para erradicar el hambre y alimentar a una población creciente hacia el año 2030 depende de la resiliencia de las comunidades y de su capacidad para administrar de manera sostenible el patrimonio natural que ostentamos. En ese sentido, debemos iniciar inmediatamente una transformación mundial hacia la agricultura sostenible, la agricultura de conservación, la agricultura climáticamente inteligente, la agricultura regenerativa, entre otros.
Es esencial la diversificación de cultivos en lugar de depender de un número limitado de especies. Esto no sólo aumenta la resiliencia de los sistemas agrícolas frente a eventos climáticos extremos, sino que también ayuda a conservar la agrobiodiversidad. Y hay que hacerlo pensando en la promoción de cultivos resistentes al clima, variedades adaptadas a las condiciones climáticas locales, que sean más resistentes a la sequía, las inundaciones u otros eventos climáticos extremos.
Es crucial capacitar a las y los agricultores en prácticas agrícolas sostenibles y resilientes basadas en la conservación de los recursos naturales, el desarrollo de una agricultura diferenciada que inicie su accionar en acciones de conservación, rotación de cultivos y el manejo integrado de plagas; apoyar la transición hacia sistemas agrícolas basados en principios que promuevan la biodiversidad, la regeneración del suelo y la reducción del uso de insumos externos. Esto incluye la conservación y el intercambio de semillas y variedades locales adaptadas a las condiciones específicas de cada región, lo que contribuye a preservar la biodiversidad agrícola y la seguridad alimentaria.
A la par, hay que trabajar en la implementación de sistemas de riego eficientes y tecnologías de conservación de agua para garantizar un suministro adecuado de agua para los cultivos, especialmente en épocas de sequía, con ello generar una nueva tenencia en sistemas de riego bajo estándares y prácticas rigurosas que garanticen el ahorro del agua, la gestión integral y sustentable, pero sobre todo la conservación y disponibilidad del agua en condiciones iguales o mejores para las actuales y futuras generaciones.
Nada de esto será suficiente si no empoderamos a las comunidades indígenas y campesinas, así como a productores extremadamente vulnerables al cambio climático, que basan sus acciones en la adaptación aecosistemas, la gestión de financiamiento y tecnologías apropiadas para la producción agrícola sostenible; o el fomento del consumo de alimentos producidos localmente y el apoyo a los mercados locales y circuitos cortos de comercialización. Esto incidirá directamente en la menor dependencia de alimentos importados y fortalecerá la economía localo ,en su defecto, el consumo de productos altamente modificados que podría poner en alto riesgo cualquier forma de vida en la tierra.
¿Cuáles son algunas acciones simples que las personas pueden tomar en su vida cotidiana para contribuir así al cuidado de la Madre Tierra?
Hay muchas acciones que podríamos mencionar, pero me gustaría remarcar una en la que estamos trabajando de manera muy especial: evitar la pérdida y desperdicio de los alimentos.
Los datos nos muestran que para 2030 tendremos que producir 50% más alimentos de lo que producimos hoy. En esa perspectiva, no podemos dejar de mirar en el hecho de que la producción, procesado y distribución de alimentos que se pierden o desperdician es responsable también de una parte significativa de las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero (GEI), asociados al cambio climático.
Más de un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo se pierde o desperdicia, inclusive antes de llegar a los mercados. Esto equivale a alrededor de 1,3 millones de toneladas de alimentos al año, suficiente para alimentar a los 800 millones de personas que sufren hambre en el planeta. Los niveles más altos de pérdidas ocurren en alimentos ricos en nutrientes como frutas y verduras (32%), carne y pescado (12,4%).
La pérdida y el desperdicio de alimentos debe ser abordada desde una perspectiva ética, política y científica. Pero todas y todos somos responsables de este desafío.
¿Cuáles son los compromisos del país para el cuidado de la Madre Tierra? ¿Qué políticas públicas se están desarrollando al respecto y cómo la FAO las está apoyando?
Bolivia es uno de los países con más avances en la región hacia compromisos y políticas públicas que promueven la protección del medio ambiente. De hecho, somos el primer país en reconocer los derechos de la Madre Tierra en la Constitución Política del Estado, incluyendo disposiciones para garantizar su respeto y protección, así como el derecho de la ciudadanía a vivir en un medio ambiente saludable y equilibrado. A esto se suma la Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien, que reconoce la importancia de la Madre Tierra y promueve un enfoque integral del desarrollo que garantice el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza.
Por otro lado, los Pilares del Plan de Desarrollo Económico Social 2020 – 2025 destacan la importancia de sistemas productivos sustentables, inclusivos y resilientes a través de acciones en armonía y equilibrio con la Madre Tierra y en vinculación con las prácticas ancestrales y el diálogo de saberes. Importante mencionar la Contribución Nacionalmente Determinada (NDC) 2021 – 2030, que establece metas en el sector de agua, sector bosques y sector agropecuario que se relacionan intrínsecamente y hacen nexo para la producción de alimentos, bajo sistemas de riego eficientes, conservando las fuentes de agua de ecosistemas forestales y biodiversos. De manera complementaria, la Estrategia de Neutralidad en la degradación de la Tierra y la perspectiva de conservación del 30% del planeta y de restauración del 30% de los ecosistemas, sin dejar de lado las metas Sendai para la gestión integral de riesgos.
La FAO contribuye a la territorialización de este marco político y normativo, amparada en la coordinación interinstitucional, intersectorial, multiactor y multinivel. Estamos fortaleciendo sistemas agroalimentarios como medida de preservación y restauración de los ecosistemas. Estamos priorizando el manejo integral y sustentable de los bosques y tierras forestales, para mejorar la productividad agroforestal, silvopastoril y de gestión integral. Trabajamos con las familias agricultoras, transformadoras y comercializadoras para involucrarlas con los desafíos que nos impone el cambio climático. Impulsamos fuertemente las acciones anticipatorias, junto con la gestión del riesgo y la generación de la resiliencia climática. En definitiva, buscamos la forma de devolverle al país, a nuestros pueblos, el futuro que el cambio climático está afectando.
Un gran logro en este esfuerzo ha sido haber conseguido por primera vez para el país recursos del Fondo Verde para el Clima, en donación para Bolivia, con una contraparte nacional que, en total, suma 63,3 millones de dólares para un proyecto que combina prácticas agrícolas resilientes al clima, revitalización de sistemas de riego, conservación y restauración de ecosistemas con enfoque de manejo integral de cuencas para lograr la seguridad hídrica y alimentaria, la implementación de mecanismos financieros innovadores y el fortalecimiento institucional con sistemas de alerta temprana respecto a riesgos agropecuarios y forestales para lograr el paradigma del vivir bien.