El carbón, petróleo y gas están alimentando la crisis del coste de vida
Artículo de opinión del Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático, Simon Stiell
En los dos últimos años, la inflación ha provocado una crisis del coste de vida en gran parte del mundo. Algunos alarmistas han utilizado las dificultades que esto ha causado a miles de millones de personas para propagar la retórica de que la acción contra el cambio climático es inasequible y va en contra de los intereses de la gente. Nada más lejos de la realidad.
Propagar una narrativa de Verdes contra Pobres es divisivo y a menudo se utiliza para enmascarar intereses propios, de corto plazo y con ánimo de lucro. El único futuro estable y económicamente sostenible es el de la seguridad energética, resistencia a las catástrofes, recuperación coordinada y bien financiada de las mismas y, en última instancia, la limitación del aumento de la temperatura a 1,5 grados centígrados.
Los combustibles fósiles, incluidos el carbón, petróleo y gas, son uno de los principales motores de la crisis del coste de vida, que está llevando al límite el presupuesto de miles de millones de hogares. Los precios se han disparado, como suele ocurrir, impulsados por la incertidumbre y los conflictos. A su vez, esto eleva los costes del transporte, alimentos, electricidad y necesidades básicas de los hogares. En 2022, en algunos países altamente dependientes de combustibles fósiles, las facturas de los hogares aumentaron hasta 1,000 dólares debido a los costes energéticos de los combustibles fósiles.
Según autoridades económicas como el Tesoro de Estados Unidos, el Banco de la Reserva de la India y el Banco Central Europeo, los costes para el consumidor aumentarán aún más y el crecimiento económico se ralentizará a medida que se intensifiquen los efectos del cambio climático. Los altos precios de la energía también reducen los márgenes de beneficio de las empresas, perjudican el crecimiento económico e impiden garantizar el derecho al acceso a la energía en todo el mundo. La inflación perjudica sobre todo a los hogares más pobres.
Los desastres climáticos también están empeorando en todos los países. Este año será probablemente el más caluroso de los últimos 125 mil años. Tormentas más destructivas, lluvias e inundaciones impredecibles, olas de calor y sequías ya están causando enormes daños económicos y afectando a cientos de millones de personas en todo el mundo, costándoles la vida y el sustento.
Los grifos de los combustibles fósiles no pueden cerrarse de la noche a la mañana, pero hay muchas oportunidades para actuar que no se están aprovechando actualmente. Por ejemplo, en 2022, los gobiernos gastaron más de 7 billones de dólares del dinero de los contribuyentes o de préstamos en subvenciones para combustibles fósiles. Las subvenciones no protegen los ingresos reales de los hogares más pobres y desvían recursos que aumentan la carga de la deuda de los países en desarrollo, o que podría haberse utilizado para mejorar la atención sanitaria, construir infraestructuras -incluidas las energías renovables y las redes eléctricas- y ampliar los programas sociales para aliviar la pobreza. Si se hace de forma responsable, la eliminación progresiva de estas subvenciones ayudaría realmente a los más pobres y mejoraría las economías de los países que ahora dependen de ellas.
Este año, en ONU Cambio Climático, hemos realizado un balance mundial de la acción climática implementada hasta la fecha. Éste ha indicado claramente que los avances son demasiado lentos. Pero también ha revelado que disponemos de muchas herramientas para acelerar ahora la acción climática, lo que al mismo tiempo construirá economías más fuertes. Tenemos los conocimientos y las herramientas para acelerar esta transición, garantizando al mismo tiempo que sea justa y equitativa y que no deje a nadie atrás.
Miles de millones de personas necesitan que sus gobiernos tomen esta caja de herramientas y la pongan a trabajar. Eso incluye cambiar miles de millones de dólares de inversiones para producción de combustibles fósiles por energías renovables que proporcionen energía estable, fiable y de menor precio para impulsar el crecimiento económico. Se trata tanto de la demanda como de la oferta. Los que demandamos energía para encender la luz necesitamos opciones limpias para hacerlo, y el espacio fiscal para invertir en nuestras comunidades y en su capacidad para adaptarse a un mundo cambiante.
Hay motivos para el optimismo, si los gobiernos acuden a la conferencia sobre cambio climático de este año -la COP28- en Dubái con espíritu de cooperación y la mirada puesta en las soluciones. En la COP28 podemos llegar a un acuerdo para triplicar la capacidad mundial de energía renovable. Podemos duplicar la eficiencia energética. Podemos demostrar que estamos duplicando la financiación para ayudar a los países a adaptarse a los impactos climáticos y centrarla en la planificación nacional. Podemos hacer realidad el fondo para pérdidas y daños climáticos que contribuya a la justicia climática. Y podemos cumplir viejas promesas sobre el financiamiento de la transición y esbozar cómo vamos a financiar los próximos pasos.
Un momento o una reunión no lo cambiará todo. Pero podemos determinar nuestro futuro en las pautas que fijemos este año, y así trazar el plan para que los compromisos nacionales puedan cumplirse en 2025.
Me niego a dejar que el alarmismo me tape los ojos y usted tampoco debería dejarse cegar.