Cuando se llega al pueblo de Ucumasi, el panorama es desértico. En esta zona rural del departamento de Oruro, a seis horas de la capital La Paz, las granizadas y heladas de los últimos años agravaron la sequía, perjudicando el cultivo tradicional de la quinua, la ganadería de llamas y las vidas de los pobladores. En este momento, está a punto de declararse desastre en el departamento.
Cada mañana a las 8 am, Rosario Navia, o Rosita como le llaman, llega con sus compañeras a la pequeña fábrica que montaron en una vivienda prestada por las autoridades. Es ahí donde la Asociación de Mujeres Productoras (AMPRODUC), actualmente 21 mujeres indígenas de origen aymara, producen turrones de quinua.
Rosita sostiene uno de los poco racimos de quinua que cosecharon a pesar de la sequía. En esta casa (der.) se fabrican los turrones de quinua. Fotos: WFP/Ananí Chávez
Conocida como un “super alimento” por sus propriedades nutritivas – es rica en proteínas y vitaminas, entre otros beneficios – la quinua es un cultivo tradicional en Oruro.
Estos turrones son un producto innovador para el pueblo de Ucumasi, ya que con estas barras de quinua se puede luchar contra la malnutrición infantil que es más fuerte en el área rural de Bolivia.
Hechos a mano y con amor
Después de lavarse y desinfectarse las manos, vestir sus batas blancas, gorros de trabajo y guantes desechables, las mujeres de AMPRODUC empiezan el trabajo.
Arriba (izq.) las mujeres se preparan para iniciar la faena. Preparación de la mezcla (der.). Abajo (izq.), barras de quinua listas para ser bañadas en chocolate (der.) Fotos: WFP/Ananí Chávez
En un envase mezclan maní, pasas, almendras y miel juntamente con los granos de quinua procesados, posteriormente vacían la mezcla a la máquina para el prensado y molde de los turrones. Esta tarea no es fácil ya que deben pisar repetidamente la palanca que hace que la máquina vaya formando los turrones en rectángulos pequeños.
Una vez obtenidos, los turrones son pasados a la deshidratadora (otorgada por la oficina del Programa Mundial de Alimentos – WFP por sus siglas en inglés – en Bolivia), para que se sequen más rápidamente antes de ser bañados con una capa de chocolate.
Finalmente, los turrones son empaquetados manualmente uno por uno y puestos en cajas para su comercialización.
Nueve años después de iniciar la actividad, la pequeña fábrica produce un promedio de 3.000 turrones por día, que se venden por un precio de tres bolivianos cada uno, menos de 50 centavos de dólar. Sin embargo, el reto está en conseguir los clientes.
Luego de cubrirlas con un poco de chocolate (izq.), las barras de quinua son empaquetadas manualmente. Las mujeres de Ucumasi muestran las barras empaquetadas. Foto: WFP/Ananí Chávez
Una historia de innovación, emprendimiento y persistencia
Rosita tenía 14 años en 2012 cuando se unió al grupo luego de participar en unos talleres para fabricar turrones de quinua de forma artesanal. Recuerda que los facilitadores de los talleres solían referirse a Ucumasi como la “Bandera de los turrones” porque su calidad se destacaba entre las 16 provincias de Oruro.
“Decidimos que cada una de nosotras pusiera un capital de 200 bolivianos (29 dólares) para empezar con la producción de los turrones”, cuenta Rosita, y todas se pusieron manos a la obra, pero desde el inicio tropezaron con obstáculos ya que algunas socias se retiraron.
Tres clientas prueban las barras de quinua recién salidas de la fábrica. Cada barra cuesta 50 centavos de dólar. Fotos: WFP/Ananí Chávez
Nuevos desafíos
En 2018, WFP brindó apoyó a AMPRODUC con una deshidratadora y una chocolatadora para que vendiera sus turrones en los mercados locales y escuelas de Oruro, para que niños y niñas pudieran comerlos en el desayuno escolar.
La pandemia y la sequía trajeron desafíos. Por los confinamientos se perdieron muchos clientes con quienes ya se había creado una relación de compra y venta. Por eso las mujeres volvieron a la venta ambulante por el pueblo y otros lugares de Oruro.
Por causa de la sequía no han cosechado la quinua suficiente para producir los turrones; sin embargo, aún tienen reservas de la cosecha del 2020 y han conseguido en algunos territorios de Ucumasi que lograron cosechar.
Este año, el WFP les está apoyando nuevamente para vincular el turrón a los programas de alimentación escolar y gestionar su comercialización en mercados estatales.
Mientras tanto, el grupo sigue comprometido con su proyecto y mira hacia el futuro con esperanza. Incluso sus esposos, animados por su perseverancia, a veces colaboran en la fábrica.
“Somos mujeres, madres y vamos a seguir luchando. El sueño es exportar nuestros turrones de quinua”, sentencia Rosita con firmeza.